Son muchas las historias que nos encontramos cuando vamos a prestar asistencia a los domicilios que solicitan nuestros servicios, todas únicas y todas dignas de ser cuidadas con la máxima atención. Para el que sabe mirar con profundidad puede ser algo realmente extraordinario.
Hoy quiero compartir alguna historia que he podido ver y acompañar. Son muchas personas que llaman para solicitar podólogo a domicilio, una necesidad básica muy importante. Básicamente el 90% de las personas que me han solicitado el servicio de podología a domicilio, son personas enfermas con canceres, personas que le han dado algún ictus, personas paralíticas o personas muy mayores que no pueden desplazarse. El 8 % restantes son personas normales que por comodidad les parece interesante la idea que alguien vaya a su casa a arreglarse los pies. Y el 2% que tengo, son personas muy ricas, con mucho dinero que les llevo para revisión de pies, hacerle masaje y alguna cosa que me solicitan.
Una de las cosas que más me encuentro cuando voy a algún domicilio sobre todo con personas enfermas, ya sea porque está recibiendo quimioterapia, o se ha quedado paralítico o algún derrame cerebral le ha afectado a alguna zona en concreto ; es realmente el cansancio de los familiares, ya sea su esposa, su esposo o sus hijos. Agotados de estar cuidando, estar pendiente de todo lo que ocurra a esa persona. Y en parte tienen toda la razón, cuidar a una persona enferma y estar pendiente las 24 horas, 7 días a la semana cansa y agota.
Sin embargo, esta semana recibí un golpe de amor en toda regla con uno de los domicilios. Recibimos una llamada en la clínica en la que solicitaban podólogo a domicilio para una persona. Acordé con ellos una cita, justo una mañana a las 9 de la mañana, antes de abrir la clínica. Yo tenía pacientes en la clínica ese día a partir de las 12 de la mañana, hice un poco de espacio para poder atender bien ese domicilio.
Mientras llegaba a su casa, me acuerdo que iba pensando; bueno a ver que me encuentro hoy; supongo que tiene pintar de estar enfermo, tal vez está muy dejado y bla bla bla.
Una vez en la puerta y me abren, lo primero que veo es una casa muy adaptada con todas las seguridades que se podía tener para una persona paralítica. Y la sorpresa que me llevé fue un matrimonio joven, 40 años tenía el hombre y sufría la enfermedad ELA; Esclerosis lateral amiotrófica. La verdad es que tenía la enfermedad avanzada, tenía ya prácticamente todo el cuerpo paralizado, algo podía hablar, muy mal pero algo me hablaba, se alimentaba por sonda.
Era una situación triste, una pareja muy joven y que se enfrentaban a esta enfermedad justos. Yo mientras le hacía los pies, observaba como la mujer le cuidaba con mucho amor, como le limpiaba la sonda de alimentación, le colocaba el brazo que se le caída, le ponía cómodo en la silla de ruedas. Pequeños detalles que me llamaban mucho la atención. Sin embargo, ya la bomba de todo fueron las miradas que se transmitían ambos . Unas miradas de amor, repletas de amor, de ese amor que no hace falta expresar con palabras porque los ojos lo dicen todo.
Y que bonito cuando uno entiende esas miradas que nos hacen descubrir el sentido de nuestra existencia. Es aquí donde nos damos cuenta que la única satisfacción que cura es el amor sin condición, que nos traspasa y nos sostiene en cualquier circunstancia de la vida.
Me quede hablando un poco con su mujer y con él, en la medida que podía. Me explico todos los cuidados que tenía todos los día y fue increíble. Un ambiente de amor que no había visto en otros sitios, a pesar de esta cruz, un matrimonio que tendrá lo suyo, que no habrá sido fácil asimilar esta noticia pero que luchan juntos sin parar. Salí del domicilio camino a la clínica sin palabras de lo que había vivido en ese ratito. Algo muy sorprendente y me alegro de haberles conocido y poder conocer su testimonio de esta enfermedad.
Por muchas miradas como esta, en las que los gestos hablan más que las palabras.
